sábado, 31 de enero de 2015

la cobardía de escribir

Que El Dorado no se materializa en lugares ni gentes ni pueblos ni culturas ya lo descubrí, tras arduo peregrinaje. Pero tal vez sea que El Dorado tome forma en las formas que deciden crear otras personas, en la frontera exacta de la fantasía y la realidad, ésa que tanto amamos algunos con dos copas de más.

Así que, mientras decido qué hacer con este espacio cibernético que decidí inaugurar hace tiempo, sigo paseando la vida sólo para tropezar, de tanto en tanto, con áureos destellos que bien podrían ver la luz (valga la redundancia) en el vientre de El Dorado. Y es que tal vez el mítico lugar sea un no-lugar, o uno de esos agujeros negros que sólo comprenden los científicos y aquellos que, desertados del sentimiento religioso, siguen creyendo necesario mantener la fe en algo, sea esto una revolución, un amor, o el día de Año Nuevo. Quiero decir que a El Dorado reingreso cada vez que escucho de nuevo un viejo vinilo, pierdo la mirada en los perfiles perdidos de una musa que se desnuda para la lente de un fotógrafo y, de paso, el mundo... cada vez que redescubro los taninos de un vino nocturno y erecto, o que recupero de nuevo las migajas de tinta esparcidas sobre las páginas de un amado volumen...

Esta noche regreso a las páginas del Diario de un escritor cobarde, literatura del día a día y de las horas perdidas, antológica pieza del magistral rompecabezas al que algunos autores decidieron comenzar a dar forma, hace ya mucho tiempo, tanto que los primeros ni nombre tenían, y se hacían llamar anónimo. Y es que Julio César Álvarez ha tenido la cobarde osadía de tomar el testigo de tantos y tantos que en la Literatura cosieron la vida y en la Vida descosieron la palabra...

Junto al sofá hay varias revistas de música y cine,todo bastante especializado y en desorden. También un libro de Bruguera de los sesenta. Una biografía de Henry Miller escrita por un amigo suyo. A veces puede gustarme más una vida que una obra.

...y me descubro coincidiendo con el autor, no sólo en tener ese volumen editado por Bruguera hace ya demasiado y en disfrutar más de una vida que de una obra, también en haberlo rescatado de entre las pilas de libros de viejo como quien atrapa entre sus manos el Vellocino de Oro o el pubis plateado de una ninfa de fin de semana...

Encontré el libro entre títulos de política y teología. Lo cogí con rapidez, como si temiera que alguien  me lo quitara de entre los dedos. No creo que hubiera ocurrido. Instinto, supongo, aunque ya casi nadie lee. O se ponen con esos libros monstruosos y descomunales que algunos llevan de un lado a otro, como un muerto o un niño pesado que arrastran de acá para allá.

...y en sentirme exultante al leer y releer una vida que es más grande que una de las más grandes obras literarias que ha dado esta triste humanidad a la que queremos pertenecer por sentirnos parte de algo, sea ese algo lo que quiera ser...

Me pongo con el relato de Alfred Perles sobre Henry Miller y me entusiasmo. Algo me insufla vida y respiro con más fuerza, como si parte de esa agitación de Miller se me introdujera a través de los ojos y me llegara al corazón y las venas calientes.

... así que de nuevo dejo de sentirme solo, me arrastra la prosa de cirugía melancólica de Julio César, y me descubro, en parte, acompañado...


Nuestra vida se parece a la de los demás. Increíblemente. Escribir es muchas veces rebelarse contra eso.

...si acaso es un momento extraño, a estas horas de la noche, los ojos como peces crueles asomados a la dioptría terrible de la pecera, y aún así intentando escribir por ver si termino de una maldita vez comprendiendo la vida...

Pongo música en francés. Canciones que no entiendo para momentos que no comprendo.

Me ha atrapado este libro en sus redes de días en bucle y rutinas desaprendidas. Al fin un autor que decide alejarse del mundanal ruido de ese realismo sucio tan en boga y tan couché que, con poca suciedad y menos realismo, intentan imponernos hoy los gerifaltes del negocio cultural. De nuevo literatura confesional con que un hombre decide relatarnos sus días para mejor esconderse tras el desnudo de sus noches (porque se escribe de noche, o no se escribe). De nuevo abrir páginas sin pretensión de hallar, entre su foresta tipográfica, despampanantes tramas y magistralmente retratados personajes o paisanajes. Literatura. ¡Qué placer! Dan ganas de ponerse a escribir. Aunque, pensándolo bien... ya lo ha dejado escrito el poeta:

Rimbaud, es necesario decirlo, sólo hay uno.

Julio César, sí, qué cobarde es escribir la vida mejor de lo que se la vive, bien lo sabía nuestro admirado Francisco Umbral. Pero más cobarde es escribirla sólo en 75 jornadas, dejándonos tan mutilados de vida a los lectores que comenzamos a carecer de ella. Así que perdóname por robarte tantos extractos, pero es que uno, a estas alturas, es más cobarde en la vida que en la escritura.