domingo, 8 de junio de 2014

fronteras


Vacas de ubre volcánica mascullando la inercia de avenidas en que se pierde el polvo de los días con forma de melena que no se ocupó de recoger el viento. Y mis pasos de nada recomponiendo vergeles de hormigón recién nacido.

Paseo los alrededores de la casa por no perder el rumbo en el interior de frío y niebla de sus paredes anónimas. Surco el fragor de vientos embriagados y pasto moribundo de la montaña, y allá, a lo lejos, como un diamante falso o una taberna sin clientes, la ciudad.

La ciudad: tan igual a aquellas otras, tan distinta a aquella mía, tan otra, tan extraña, tan ciudad con sus vergeles de neón y sus desaguaderos de orín y carcajada.

Subo a la montaña por ver si me encuentro o, al menos, hallo en sus senderos de almizcle y matorral, la frontera que aún me resta por cruzar.

Nada. Apenas el murmullo del aldeano que recompone su mirada perdida ante el perdido claqué moroso de mis zapatos.

Allá, en España, dicen que hay un nuevo rey. Yo, aquí, en las breves alturas, derramando ladera abajo mi corona de río marchito. Y ahí, a lo lejos: la ciudad.

De fondo (maldita música) la voz de espejo reventado de Diego Vasallo

                    

1 comentario:

  1. Y en tu pluma y tu corazón el coraje y la ternura Pablo, los caminos se abren, las fronteras se cruzan y un día todo lo andado cobra sentido, se orienta la frente segura atisbando la meta. Nada hay entonces que pueda desorientar los pasos ciertos. Un beso grande

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te escucho...